¿Es posible recuperar recuerdos después de la muerte? La neurociencia plantea un futuro donde la memoria podría sobrevivir al cuerpo

Foto de qimono/Pixabay

Durante gran parte de la historia humana, la muerte ha representado la línea final e infranqueable de la experiencia. El cese total de la conciencia, de la identidad y de los recuerdos ha sido una noción asumida por la medicina, la filosofía y la cultura. No obstante, los avances recientes en neurociencia, preservación cerebral e inteligencia artificial están comenzando a cuestionar esta visión. Un estudio publicado en la revista científica PLOS ONE, liderado por el Dr. Ariel Zeleznikow-Johnston de la Universidad Monash (Australia), revela que un significativo 70,7 % de neurocientíficos encuestados cree que los recuerdos humanos podrían, en teoría, persistir después de la muerte si el cerebro es conservado adecuadamente.

La investigación reunió las opiniones de 312 neurocientíficos, especialistas en memoria, cognición y neurofisiología, a quienes se les planteó una cuestión clave: ¿es técnicamente viable recuperar recuerdos desde un cerebro humano ya fallecido, siempre que haya sido preservado en condiciones óptimas? La respuesta fue sorprendentemente afirmativa. Más aún, cerca del 40 % de los encuestados considera que esta hazaña podría volverse realidad en las próximas décadas, proyectando avances iniciales con especies animales antes de alcanzar aplicaciones humanas. Según sus estimaciones, la decodificación de memorias en gusanos nematodos como Caenorhabditis elegans podría lograrse hacia 2045; en ratones, hacia 2065; y en humanos, aproximadamente para el año 2125.

La base conceptual de esta posibilidad se encuentra en el conectoma, término que designa el conjunto específico y único de conexiones sinápticas entre las neuronas de un individuo. Según la hipótesis neurocientífica, los recuerdos no se disuelven al instante tras la muerte, sino que permanecen, al menos temporalmente, codificados de forma estática en la arquitectura cerebral. Este "mapa de conexiones" es considerado por muchos como la verdadera huella de la identidad y la memoria. Preservar este mapa —incluso después del cese de la actividad cerebral— podría ser la clave para rescatar fragmentos de la conciencia.

Pero lograr una conservación fiel del conectoma no es tarea simple. Las técnicas actuales de criopreservación, aunque prometedoras, presentan graves limitaciones. La congelación directa, sin un control preciso del proceso, daña las estructuras celulares a través de la formación de cristales de hielo, lo que destruye los delicados circuitos neuronales. Frente a ello, una técnica más avanzada conocida como criopreservación estabilizada con aldehído surge como alternativa viable. Esta combina agentes químicos fijadores con procesos de vitrificación ultrarrápida, transformando el tejido cerebral en una sustancia sólida similar al vidrio. Así se evita la cristalización, y se conserva con precisión la organización estructural del cerebro.

Este avance técnico ha sido acompañado de un crecimiento del campo denominado “neurociencia aspiracional”, un enfoque emergente que no solo investiga los límites teóricos del cerebro, sino que promueve activamente el desarrollo de tecnologías para trascenderlos. Como incentivo, existe un premio de 100.000 dólares ofrecido al primer grupo de investigación que logre decodificar con éxito un recuerdo funcional no trivial desde un cerebro humano preservado. Este tipo de iniciativas demuestra que ya no se trata de ciencia ficción, sino de un objetivo científico en construcción.

Sin embargo, el camino hacia la recuperación de memorias post mortem está lejos de ser puramente técnico. Las implicaciones éticas, legales y filosóficas son profundas y complejas. Si se llegara a decodificar un recuerdo humano, ¿sería esto una extensión real del individuo, una representación simbólica o una mera reconstrucción sin conciencia? ¿Qué derechos tendría esa información? ¿Quién sería su legítimo propietario: la familia, el Estado, el laboratorio que la recupera, o la propia "conciencia replicada"? Estos dilemas abren un debate sin precedentes sobre la definición misma del yo, la privacidad después de la muerte y la legitimidad de extender la existencia humana mediante medios tecnológicos.

Además, la posibilidad de recuperar memorias plantea otros riesgos: ¿podrían manipularse estos recuerdos? ¿Serían utilizados como evidencia, patrimonio o mercancía? En un futuro donde la inteligencia artificial pueda colaborar en la reconstrucción de estos datos, la línea entre la preservación del legado humano y la explotación del mismo podría volverse peligrosamente difusa.

La propuesta de que los recuerdos puedan sobrevivir a la muerte, lejos de ser una simple especulación, se encuentra ya respaldada por un creciente cuerpo de teoría científica y esfuerzo experimental. Si bien los retos técnicos son formidables y los dilemas éticos abrumadores, el debate está abierto. Estamos en una etapa histórica donde conceptos como memoria, conciencia y muerte comienzan a redefinirse a la luz de la biotecnología y la inteligencia artificial.

No se trata solo de preservar cerebros o conectar neuronas. Se trata de preguntarnos qué significa ser humano cuando los límites entre la vida y la muerte ya no son tan absolutos como creíamos. En este nuevo paradigma, la memoria podría dejar de ser un vestigio del pasado para convertirse en un puente hacia una nueva forma de existencia.


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Fuente ⬇️ 
Zeleznikow-Johnston, A., et al. (2025). Can memories be recovered from preserved brains after death? A survey of neuroscientists. PLOS ONE. https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0326920


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